El Mapa Invisible
Desde niña, parecía tener la mirada puesta en otro plano. Mientras los demás seguían los caminos conocidos, ella encontraba otras rutas, ramales secretos, atajos mentales. Aprendía sin esfuerzo, como si cada cosa se grabara en su piel. Siempre, de un modo silencioso, llevaba un mapa invisible que conectaba todo con todo.
No necesitaba repetir una lección ni estudiar en exceso. Las respuestas simplemente aparecían: patrones, conceptos, conexiones; incluso los hilos emocionales que daban sentido a cada voz. Su pensamiento no era lineal, era espiralado, lleno de lecturas e interpretaciones. Era un sistema intuitivo, una lectura de contextos.
Pero un día, el cuerpo comenzó a hablar. Primero fueron los dolores, luego la fatiga, la sensibilidad aumentada. Después, una niebla mental que le hacía olvidar por qué había entrado a una habitación o qué palabra buscaba. A eso le pusieron nombre: fibromialgia.
Algunos dijeron que era estrés. Otros, que era cosa de nervios. Pero nadie parecía comprender que, aunque el cuerpo se doblegara, la mente seguía viva, palpitante, sensible… más que nunca.
“No es una mente rota; es una mente sensible. Y desde esa sensibilidad, transforma.”
Con el tiempo, entendió que su mente no se había apagado: simplemente había cambiado de ritmo. Un ritmo más lento, más interno, más sabio. Detrás del dolor apareció una nueva claridad. En medio de los síntomas, ella siguió viendo lo que otros no veían: los vínculos ocultos, las soluciones invisibles, la belleza detrás de las fracturas. Su inteligencia se volvió intuición; su sensibilidad, una brújula.
Norma Vargas Historias que sanan y transforman
